- La Vieja Guardia

​El médico y escritor Edgardo Arredondo convierte los latidos en historias y las lecturas en sanación

Fecha: 19 mar 2019

Mérida, Yucatán a 19 de marzo de 2019.- En el marco de la Feria Internacional de la Lectura (Filey) 2019, este martes se presentó con éxito el libro “Los profanadores” del ortopedista y escritor yucateco Edgardo Arredondo Gómez, quien cautivó al público con su colección de historias cortas.

La obra contiene ilustraciones de Antonio Peraza Rivero, “Tony”, quien le pone el sello característico de sus geniales trazos.

La presentación estuvo a cargo de la maestra Pía Gómez García y el periodista y escritor Joaquín Tamayo -autor del prólogo de la obra-, bajo la conducción de Ena Evia Ricalde, directora de la Biblioteca Yucatanense.

El stand de la Sedeculta, sede del evento, registró nutrida asistencia y las aplausos coronaron la amena charla del Dr. Arredondo y sus invitados, en otra atractiva jornada de actividades de la Filey, que se lleva al cabo en el Centro de Convenciones Siglo XXI y el Museo del Mundo Maya.

A continuación reproducimos la intervención de la maestra Pía Gómez:

Estoy acá esta noche frente a ustedes y a un costado del autor de este libro en una cuádruple condición: como su pariente, como su paciente, como su amiga y como su lectora.

Lo recuerdo desde siempre en su cuarto, territorio lúdico por excelencia, organizando con mi hermana y conmigo carreras imaginarias con su colección de carritos matchbox. Con el paso del tiempo su cuarto se fue poblando de herramientas de conocimiento que fueron desplazando los cochecitos de fayuca: un pizarrón, una repisa con libros que se volvían cada vez más gruesos y un escritorio con figurillas de la vara de Esculapio. Todo en perfecto orden y limpieza.

Llegó el tiempo de vernos cada vez menos y esa distancia se hizo mayor cuando viajó a la capital del país a estudiar su especialidad. La familia se hinchó de orgullo y felicidad: habría un doctor entre nosotros.

Las navidades nos convocaban en casa de sus padres para reencontrarnos los mismos, pero cambiados. Siempre traía en su botiquín de vivencias narraciones que nos mantenían atentos. Desde casos clínicos que erizaban la piel y tenían toda la intención de provocarnos escalofríos hasta situaciones médicas (no ajenas a lo escatológico) que nos hacían estallar en carcajadas.

Y casi siempre tenía algo nuevo en su repertorio de monerías: de repente el doctor pintaba, de repente el doctor criaba tortugas de tierra, de repente anticuario. Hasta que un día supimos que el doctor escribía. Y algo en el ambiente permitía intuir que este último parecía ir un poco más allá que sus otros hobbies pasajeros.

Contrario a la mala fama que acompaña a la letra de los galenos, las letras de Edgardo Arredondo siempre han navegado por los serenos mares de la claridad. La misma que despliega cuando los rotos, los descosidos y los achacosos entramos a su consultorio. Siempre suele comenzar el proceso de reparación con un relato ajeno a la dolencia que nos ocupa. Conjura así nuestros miedos con suavidad, con calidez y mucho humor en unas cuantas cucharadas de conversación.

La palabra siempre ha formado parte de su método de curación. Es por eso que, al menos para mí, es imposible separar —ni con un bisturí— al doctor del escritor y al escritor del ser humano.

El libro de 18 relatos que nos receta el Doctor Arredondo en esta ocasión tiene la diversidad de una botica. Cuentos que son producto de la imaginación pura, como San Antonio, El Dilema, Como la primera vez; Historias producto de voces lejanas como la de Hannah, que recupera en El reencuentro o la de Joshua en La última cena. Juegos narrativos en los que pretende sorprendernos al final del túnel, como es el caso de El Duelo, La Espera o Paranoia.

Y están también los cuentos que nacen de las experiencias acumuladas en su oficio —y que desde mi particular mirada de lectora aficionada son los mejor estructurados— y en los que se percibe más confianza, seguridad y dominio del tema. En esta categoría se encuentran El pie de Teresa, Una manita de gato, Los rivales, Los profanadores (que da título al libro) y La Promesa.

En lo personal abrazo con particular cariño El Confidente, en donde nos permite acercarnos a sus primeras experiencias vocacionales a través de su relación con el instrumento icónico de su oficio: un estetoscopio. El primero que tuvo se lo obsequió mi padre y a partir de entonces lo acompañó en sus encuentros con la vida y con su opuesto, como amigo, como confesor y como maestro de gratificantes y amargas lecciones:

“El aprendiz de médico recibió una sonora bofetada en su soberbia y vanidad…ahí estaba el frustrado héroe contemplando de cerca el rival con el cual se enfrentaría por los siguientes años”.

Quien lea este libro descubrirá que el Doctor Edgardo Arredondo no ha dejado el estetoscopio. Y que, por el contrario, lo usa ahora para escribir. Lo coloca en el corazón de los otros para escuchar el vital lud dub, lub dub de los demás y —aunque le dé miedo— los de él mismo. Y convierte los latidos en historias y su lectura en un efectivo, placentero y entrañable proceso de sanación.