- La Vieja Guardia
—En 2012 ya éramos cuatro. O sea, yo tenía tres maridos.
Por el ventanal, desde donde se ve el centro de Medellín y la caída de la montaña oriental con sus casas adoquinadas, el edificio Coltejer, el metro, el río y el aeropuerto, entra la luz lechosa de la tarde de domingo. La sala es espaciosa con muebles de diferentes estilos dispuestos para ver el interior: la cocina abierta, los arbustos que crecen salvajes en el patio y los cuadros.
Los cuadros son así: un cartel que dice para ser muy hombre hay que ser muy gay; la fotografía de un bebé sobre una mano y la frase retórica: ¿Y si mañana te diría que es gay le dejarías de querer? (sic); el dibujo de un ángel y un demonio que se besan; el dibujo de dos hombres con músculos plenos que tienen sexo en la puerta de un carro; una imagen de sexo oral entre dos hombres; San Sebastián -sexuado como en todas las pinturas- con sus dos flechas, una en el pecho, otra en el costado. En la radio termina una canción de Ricardo Arjona y empieza una del grupo mexicano RBD.
En la casa del barrio Robledo de Medellín viven Manuel Bermúdez, que no dice cuántos años tiene porque "ni a una mujer ni a una marica se le pregunta la edad", pero debe estar entre los cuarenta y los cincuenta; Alejandro Rodríguez, que según las cuentas y las edades de sus amores está por los treinta y seis, y Víctor Hugo Prada que es el más joven: veintidós años. Hasta hace dos años eran cuatro, pero Alex Esnéider Zabala murió de cáncer en el estómago; cuando visitó al médico para que le atendieran los cólicos que se le sobrevenían cada tanto le dijeron que tenía tres meses de vida, y así fue: tres meses, ni un día más, ni un día menos.
En la sala están sentados Alejandro y Víctor, hablan de los ausentes: Manuel, que permanece en el tercer del piso de la casa, en la habitación matrimonial. Y del otro ausente, el que ya no vuelve.
—Manuel encarreta con el cuento, con el discurso. Esnéider encantaba, era mi prototipo de hombre, cuando yo lo conocí vi que era una cosa divina, me encantaba —dice Víctor.
Y como si lo estuvieran invocando, bajando las escaleras aparece Manuel, el pelo al rape, una camisa roja, un bluyín. Manuel es el artífice. El inicio de todas las cosas.
***
El sábado tres de junio Víctor dejó en la notaria sexta de Medellín una escritura pública que decía en letras mayúsculas sostenidas: Constitución de régimen patrimonio especial de trieja. La palabra es inventada, muy nueva y se explica así: las parejas son de dos, las triejas son de tres.
El documento, que recibieron con la firma de notario el jueves 8 de junio, tiene su corazón en el segundo punto de fundamento para la constitución social:
"Deseamos conformar un régimen económico cuya base es la relación de trieja que tenemos actualmente, ya que de no serlo no lo estaríamos llevando a cabo y que en todo caso varias personas pueden asociarse indistintamente de su condición de color, sexo, raza, creencia religiosa, etnia e incluso puede una de ellas ser comerciante y la otra no, asunto que no está prohibido por las legislaciones internacionales, ni la ley en Colombia", punto. Resumiendo, están casados. Amén.
En diciembre de 1999 el mundo se iba a acabar. Alejandro tenía dieciocho años, estudiaba alguna tecnología en el Instituto Tecnológico Metropolitano, era metalero de pelo largo, botas y camiseta negra y sabía que le gustaban los hombres porque nunca tuvo novia ni quiso ni le interesó.
Una amiga lo invitó a una fiesta en una casa del barrio Santander, ahí conoció a Manuel, que a esa hora de la noche ya estaba un poco intoxicado de aguardiente.
Alejandro fue directo: "A mí me gustan los hombres pero nunca tuve nada con ninguno y esta noche quiero tener sexo con vos, nada más". Manuel ya era un hombre con su experiencia, sexo muy prematuro, terminaba la segunda carrera en la Universidad de Antioquia, "había vivido mucho".
—Pero yo me sentía mal porque él tenía muy poquita experiencia y yo mucha, y él no había estado con nadie —dice Manuel y Víctor lo besa como hechizado y al frente, sentado en un sofá rosado, Alejandro escucha una vez más la revisión de su historia de amor.
Cuatro días después de esa noche de inauguración, Manuel llamó a Alejandro para invitarlo a una finca en Santa Elena, se tomarían unos vinos, estarían con amigos.
Alejandro dijo sí y se vio envuelto en una situación de la que se sentía ajeno, no podía decir mucho, sólo callar, la conversación guiada por la experiencia de su amante y de su amigo lo arrojaban a un pozo de observación en el que nace la admiración y luego, el enamoramiento.
Meses después, en el año 2000, Manuel y Alejandro fueron la primera relación homosexual que constituía una sociedad de pareja en Colombia.
Por la época, Manuel se había ganado el apodo del ciudadano gay de Medellín, lo que había sido un eslogan de su campaña política por el Concejo, campaña que supo tener su fracaso. Pero ya Manuel era sobre todas las cosas —profesor, marido, amante— un activista y se encontraba cada día con nuevas maneras y concepciones del amor, las relaciones de pareja. Hasta que las vivió cuando, en 2004, Alejandro le dijo que se estaba enamorando de alguien más.
—Yo tenía un compañero en el coro de la Universidad, Alex Esnéider, que tenía novia pero le gustaban los hombres. Nosotros comenzamos a hablar y a hablar hasta que nos empezamos a sentir enamorados —dice Alejandro, la mirada fría, el anverso de Manuel y Víctor.