- La Vieja Guardia
Por: María Teresa Mézquita Méndez
Habitantes de hoy, felices –por inconscientes– y caníbales, nos devoramos unos a otros: agotamos lo que nos da vida y deglutimos vorazmente todo lo que se encuentre a nuestro paso.
Ni Pantagruel, tan renacentista, podría competir con nuestro afán por engullir, impíamente, todo lo que sostiene nuestra frágil existencia.
Existe, sin embargo, un eufemismo para un término tan inhumano: lo llamamos consumismo.
Cualquiera puede hoy entrar a internet y medir su “huella ecológica” y aunque no es muy recomendable para quien quiera dormir tranquilo, sí lo es como un camino de conciencia para saber qué tanto afecta nuestra vida diaria, tan caníbal, al mundo en que vivimos.
Pero hay caminos más creativos, más originales y sobre todo plenamente acordes también con los nuevos tiempos.
En el terreno de las artes, la innovación técnica derivada desde las primeras vanguardias encontró en el collage un interesante sendero para la reutilización de los objetos y resignificarlos al añadirlos a un soporte distinto.
Asimismo, con el nacimiento del arte pop –tan propio de la sociedad de consumo– la mirada se posó con otra expectativa en el objeto: su multiplicidad acababa simbolizada en una lata o en una caja impresa con chillones letreros y satinado acabado.
Si el artista, como escribió Sergio Ramírez, es una suerte de médium, el artista visual Pablo Llana lo es y ha encontrado un lenguaje propio para este tránsito entre el objeto y la idea, que mira hacia una evolución de los hábitos de consumo y a proponer una lectura crítica desde los desechos de esta misma práctica. Actualmente, una muestra suya con esta mirada a la contemporaneidad se encuentra en Mérida, en la Galería México. El título: “Alto en calorías”.
Construida con envolturas de frituras y golosinas, con envases plásticos y derivados del petróleo y otros desperdicios, su obra comparte con las imágenes de nuestro consumo habitual en comercios e internet el colorido, lo chillón, lo llamativo.
Pero la acción creativa se torna disruptiva y a ella se añade la fuerza del lenguaje: por ejemplo, ese mapa de México, multicolor y abigarrado, construido con empaques de botana de harina frita apiñados en el contorno fronterizo, lleva el título de Plaga.
Y no sólo eso, en la cédula de identificación para aludir a sus materiales Pablo no ha puesto simplemente “envolturas con resinas y acrílico”, sino “envolturas de comida chatarra con resinas y acrílico”. Esta precisión en el ámbito técnico de su producción implica que el medio –como decía McLuhan– es también el mensaje.
En otras imágenes, el mensaje del autor se reviste de mayor crudeza: en uno de sus cuadros aquellos personajes construidos con envoltorios parecen ser una pareja vestida de gala, lista para salir… pero en lugar de la cabeza tienen respectivamente un contenedor de papas a la francesa y una hamburguesa “con todo”: más de mil calorías listas para navegar por el metabolismo humano.
¿El título? el número uno de una serie llamada “Let's Eat” donde los personajes sin cabeza van por el mundo con un pastel o un dulce capuchino sobre el cuello.
De todas las vertientes posibles para leer el consumismo contemporáneo, Pablo Llana hace hincapié precisamente en el de la alimentación descontrolada:
–Hemos pasado del consumo estrictamente necesario al consumismo insaciable y al despilfarro –subraya Pablo–, todo esto como resultado de nuestra respuesta a la publicidad, que desde la época de los años 50 rige nuestras vidas. Sin la publicidad no existiría el consumo.
Un consumo que –por nuestra vulnerabilidad a los mensajes o por la condición casi adictiva de muchos de estos productos– nos lleva a ingerir exceso de azúcares, de harinas refinadas, de grasas trans, saturadas y poliinsaturadas que conducen a lo que ya se han dicho hasta el cansancio: obesidad, alto colesterol, exceso de triglicéridos, diabetes y presión alta, cóctel favorito en estos días para la selección natural de víctimas del Covid19, condición que se adereza con una gran ironía: en tiempos de confinamiento, entre otras actividades, el gusto por el reencuentro con la comida, más próxima claro al slow food que al fast food de siempre, ha sido uno de los más visibles en la “nueva normalidad” de nuestros congéneres.
Para Pablo, en la actualidad “hemos sido participes de que el COVID-19 ha generado cambios radicales en el consumo, y hoy nos enfocamos en satisfacer necesidades más apremiantes dejando de lado la adquisición de productos o servicios que no son relevantes”.
Su trabajo tiene trazas del arte pop –a Llana le agrada la naturaleza global y social de esta corriente de los años 50– incluyendo la repetición sistemática de las imágenes, las formas planas y continuas y los colores contrastantes de contornos duros, aunque con la mirada crítica del siglo XXI.Asimismo, en su trabajo se observan otros rasgos característicos: títulos en inglés que añaden cierto humor e influencia fronteriza (su ciudad natal es Tijuana), juegos de palabras como la colección “Trashformación” y el eco del arte conceptual, notorio en la serie “More junk then food” (que podemos traducir como más chatarra, entonces comida) que “invitan al espectador a leer lo que no quiere saber de la mala alimentación”, con títulos como “Last name hungry first name always”.
Además, Llana ha construido arteobjetos igualmente con las envolturas y desperdicios. Piezas que recrean, a su vez, objetos descartables qué adquirimos y desechamos sistemáticamente.
En la biografía de Pablo se lee que su trabajo ha sido presentado en 50 exhibiciones, entre individuales y colectivas, dentro y fuera de México, desde México, Oaxaca y Monterrey, hasta Estados Unidos, Italia y Alemania.
Su obra ya forma parte de la colección del museo CECUT (Centro Cultural Tijuana) de su ciudad natal.
Lejos de considerarse un activista del arte (ya lo han calificado así, como “artivista”). Pablo dice que simplemente su deseo es comunicar, a través de los objetos que produce, lo que para él es evidente. Una realidad que nos acompaña con su voracidad, tan natural como caníbal.