- La Vieja Guardia
Los VTuber o youtubers virtuales son una de las nuevas tendencias que están ganando popularidad en internet. Es nueva en España, porque en Japón, donde nació este fenómeno en 2016, hace tiempo que gozan de una gran popularidad, con millones de seguidores y una rentable industria detrás.
Y algo parecido comienza a ocurrir en Estados Unidos. Desde que en 2020 la agencia japonesa de talentos VTubers Hololive decidiera crear una línea de habla inglesa, los streamers virtuales han pasado ser un fenómeno de culto a algo más masivo entre los jóvenes y las empresas estadounidenses. Y también se están expandiendo a notable velocidad en Latinoamérica, donde se han creado agencias de Vtubers que crean contenido en castellano.
En España, su penetración es más lenta y minoritaria, pero va calando en las comunidades más afines a los videojuegos, el anime y el manga y, en especial, entre la generación alfa, el grupo demográfico nacido a partir de 2010, que sucede a la generación Z y que ha crecido en un mundo totalmente digital.
Pero, ¿qué es un vtuber? Es un creador de contenido (dígase youtuber, streamer, tiktoker, influencer...), que lo difunde a través de un personaje de anime, un avatar virtual con una estética que se identifica con los dibujos de animación de procedencia japonesa dotado de biografía y personalidad propias para configurar una identidad no solo visual, sino también verbal y de comportamiento que contribuya a la vinculación de los seguidores.
Muy mayoritariamente son mujeres, y crean contenidos similares a los de los youtubers normales: desde jugar videojuegos en vivo hasta hablar de temas de actualidad, entrevistar a famosos, cantar o acudir a eventos, pero amparados en el anonimato que les da el personaje.
Y generan ingresos con donaciones de los fans, patrocinios, vendiendo artículos de merchandising, haciendo campañas publicitarias para marcas, o, en el caso de Japón, como estrellas del pop virtuales.
Son una gran fuente de ingresos para sus creadores o propietarios. La agencia VTuber VShojo, la más grande fuera de Japón, logró recaudar recientemente 11 millones de dólares (10,58 millones de euros) para seguir expandiendo sus personajes tanto virtualmente como en la vida real.
“La figura del influencer virtual no es nueva pero antes estaba muy ubicada en una comunidad y una plataforma concreta y ahora, lo que ha cambiado, es que hay una profusión de plataformas alrededor de estas figuras y eso les proporciona una capacidad de influencia mucho más grande, con comunidades millonarias, y eso hace que el modelo se vaya repitiendo en diferentes partes del mundo”, explica Cristóbal Álvarez, profesor de Esic especializado en marketing digital.
No obstante, el calado de esta realidad sintética en algunos países es tal que hay quien cuestiona si, más allá de herramienta de marketing, los Vtubers no son un producto cultural, de entretenimiento, que abren una nueva era de la comunicación.
“Son dos caras de la misma moneda; el marketing detecta una conducta, una nueva forma de comunicación en una generación muy gaming, acostumbrada a los videojuegos y la animación como la alfa, y las marcas y el mercado se acercan a ellos usando formas muy cercanas a la gamificación ”, dice Gemma Vallet, directora de programa Digital Content Creation & Social Selling de La Salle-URL.
En este sentido, Álvarez apunta que la principal ventaja de los Vtuber es que permite a los negocios llegar a comunidades virtuales a la que normalmente no llegan por otros canales, hoy muy focalizadas en el entretenimiento pero que son el consumidor del futuro.
Tanto el experto en marketing de ESIC como Vallet consideran que, si la inversión continúa llegando a estos Vtubers, tarde o temprano este negocio acabará expandiéndose desde los más jóvenes a otros grupos sociales.
“El fenómeno Vtuber es muy naif, parece algo infantil, pero también es algo exótico y activista porque las generaciones más jóvenes desarrollan sus códigos, su lenguaje, en un mundo al margen de los adultos, como ocurrió con los vídeos de TikTok hasta que, uno o dos años después, los han ido adoptando otras generaciones”, dice la profesora de La Salle.
Roldier, de la agencia Owozu –que gestiona ocho Vtubers propios y dos asociados en Latinoamérica– enfatiza que tras ese aspecto inocente de los avatares “hay artistas muy potentes, creadores muy formados, expresivos y políglotas; tras Rakkun, por ejemplo, hay una artista que canta y dobla a su personajes en japonés, inglés y castellano, por ejemplo”. En su opinión, todo ese talento tras los Vtuber es la razón de que vídeos que parecen de broma o ñoños sean vistos por más de un millón de personas.
Vallet apunta que esta estética manga y naif encaja bien con la actual tendencia sociológica al escapismo. “Salimos de una época gris, dura, y queremos algo más dulce y con más color, a todos los niveles; y a eso se suma que con la pandemia hemos vivido una digitalización acelerada y los Vtuber encajan bien para los eventos virtuales o híbridos”, explica Vallet.
De hecho, los sociólogos nipones relacionan el éxito del anime y de los Vtubers en ese país con una especie de apatía por la realidad que se generó en la sociedad japonesa tras la crisis de los años 70 y que aún perdura.
Con todo, los factores culturales cuentan, y la narrativa, las imágenes, incluso la voz y el tono que usan los Vtubers tiene mucho que ver con el mundo asiático, lo que explicaría, según Álvarez, que el fenómeno esté tardando más en penetrar en España, aunque youtubers de éxito ya hace meses que se sumaron a la moda presentando su versión virtual, como Snowy, en el caso de El Rubius.
Roldier, en cambio, está convencido de que la razón de que el fenómeno Vtuber no haya despegado aún en España es económica. “Hace falta gente dispuesta a invertir y perder dinero durante meses para crear un producto reconocible, porque crear un personaje 3D, hacer eventos, vídeos y crear comunidad requiere mucha gente detrás, y eso hay que pagarlo y aguantar hasta que el personaje-marca se estabilice y la empresa vea negocio; en Japón y Estado Unidos, se hace, pero aquí es difícil”, concluye.
Fuente y foto: La Vanguardia